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sábado, 30 de agosto de 2014


PRINCIPALES AUTORES DEL REALISMO:


GABRIEL GARCIA MARQUEZ
Gabriel García Márquez nació en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927. Así al menos lo afirma su hermano, Luís Enrique. Aunque ahí mismo comienza el misterio que rodea a la figura de "Gabo", porque un certificado y hasta él mismo apuntan su venida al mundo en 1928.
Pero si puede haber discusión sobre su fecha de nacimiento, no la hay en torno a su genio literario. García Márquez es reconocido como uno de los grandes escritores del siglo XX. En 1982 recibió el Premio Nobel de Literatura.
Entre sus obras más conocidas figuran Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El general en su laberinto y El amor en los tiempos del cólera.
Creció entre fantasmas en un mundo mágico de supersticiones en el que su abuela hablaba con los muertos y una de sus tías cosía su mortaja.
"Yo me acostumbré a vivir dentro de ese mundo y he seguido siempre viviendo en el mismo. Yo soy sumamente supersticioso y hago interpretaciones de mis propios sueños. Lo que pasa es que tengo mis propias supersticiones no la superstición del número 13, o la de no pasar por debajo de la escalera", comentó alguna vez García Márquez.
En Aracataca, García Márquez tuvo su primer acercamiento con las letras cuando encontró por accidente en el baúl de los abuelos un libro descuadernado y viejo. Eran Las mil y una noches. Desde entonces comenzó su intensa relación con la literatura.
Estudió derecho, aunque su reducto favorito eran los cafés. García Márquez no terminó su carrera. Una serie de acontecimientos y la publicación de algunos de sus cuentos en diarios colombianos, lo encaminaron por el mundo del periodismo y la literatura.
En 1955 fue a Europa como corresponsal del diario El Espectador. Estuvo en Ginebra, París, Roma, Checoslovaquia, Polonia, Rusia, Ucrania. En ese tiempo alternaba su trabajo de corresponsal con la preparación de su legendario cuento largo, o novela corta, El coronel no tiene quien le escriba.
Se instaló en París y ahí tuvo que vivir de "milagros cotidianos". En la ciudad luz recogió botellas, revistas y periódicos viejos para obtener a cambio unos cuantos francos.
Luego de su paso por Europa, García Márquez se radicó en Caracas, se casó con "su novia de siempre" Mercedes Barcha. En Bogotá fundó la agencia cubana de noticias Prensa Latina. Más tarde, se fue a vivir a Nueva York y luego a México, país en el que concibió lo que muchos consideran su obra maestra: Cien años de soledad.
Algunos de sus amigos destacan que Gabo es vanidoso y que le gusta estar al lado de los poderosos. Otros sostienen que, a pesar de la fama, este "colombiano universal" sigue siendo el mismo caribeño supersticioso de antaño que conserva el gusto por los vallenatos, el cine, la música francesa y el buen vino.
“Cien Años de Soledad”
Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo. Todos los años, por el mes de marzo, una familia de gitanos desarrapados plantaba su carpa cerca de la aldea y con un grande alboroto de pitos y timbales daban a conocer los nuevos inventos. Primero llevaron el imán. Un gitano corpulento, de barba montaraz y manos de gorrión, que se presentó con el nombre de Melquíades, hizo una truculenta demostración pública de lo que él mismo llamaba la octava maravilla de los sabios alquimistas de Macedonia. Fue de casa en casa arrastrando dos lingotes metálicos, y todo el mundo se espantó al ver que los calderos, las pailas, las tenazas y los anafes se caían de su sitio, y las maderas crujían por la desesperación de los clavos y tornillos tratando de desenclavarse, y aun los objetos perdidos desde hacía mucho tiempo aparecían por donde más se les había buscado y se arrastraban en desbandada turbulenta detrás de los fierros mágicos de Melquíades. “Las cosas tienen vida propia -pregonaba el gitano con áspero acento-, todo es cuestión de despertarles el ánima.” José Arcadio Buendía, cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos que la magia, pensó que era posible servirse de aquella invención inútil para desentrañar el oro de la tierra. Melquíades, que era un hombre honrado, le previno: “Para eso no sirve.” Pero José Arcadio Buendía no creía en aquél tiempo en la honradez de los gitanos, así que cambió su mulo y una partida de chivos por los dos lingotes imantados... Exploró palmo a palmo la región, inclusive el fondo del río, arrastrando en voz alta el conjuro de Melquíades. Lo único que logró desenterrar fue una armadura del siglo XV con todas sus partes soldadas por un cascote de óxido cuyo interior tenía la resonancia hueca de un enorme calabazo lleno de piedras...

 'Realismo'



En prosa Ss. (XVII-XIX).

Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764)
Teatro crítico universal (1726 y 1740)
Cartas eruditas y curiosas (1742-1760)
Gustavo Adolfo Bécquer
(1836-1870)
Leyendas (1861 y 1863)
Benito Pérez Galdós (1843-1920)
Episodios nacionales (1873-1879 y 1898-1912)
Doña Perfecta (1876)
Gloria (1877)
La familia de León Roch (1878)
La desheredada (1881)
El amigo Manso (1883)
Tormento (1884)
Fortunata y Jacinta (1886-1887)
Miau (1888)
Torquemada en la hoguera (1889)
Tristana (1892)
Nazarín (1895)
Misericordia (1897)
Leopoldo Alas y Ureña (1852-1901)
La regenta (1884-1885)
Su único hijo (1890)
Emilia Pardo Bazán (1852-1921)
La tribuna (1883)
Los pazos de Ulloa (1886)
La madre naturaleza (1887)
Insolación (1899)
Morriña (1899)
La quimera (1905)
La sirena negra (1908)
En poesìa Ss. (XVII-XIX).
José Zorrilla (1817-1893)
Poesías (1837)
Cantos del trovador (1840-1841)
Recuerdos y fantasías (1844)
La azucena silvestre (1845)
El cantar del romero (1886)
Juan Meléndez Valdés (1754-1817)
Poesías (1808)
Gustavo Adolfo Bécquer
(1836-1870)
Rimas (1867)


Benito Pérez Galdós (1843-1920) 'Realismo'
Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria el 10 de mayo de 1843. Hijo de militar, tras estudiar el bachillerato se traslada a Madrid para cursar la carrera de Derecho. Sin embargo, una vez en la capital entabla amistad con los círculos literarios y progresistas del momento. El krausista Francisco Giner de los Ríos será uno de sus mejores amigos.

Empieza a colaborar con el periódico “La Nación” y la “Revista del Movimiento Intelectual de Europa”. Un tiempo después, en 1867, viaja a París con motivo de la Exposición Universal y allí profundiza en la obra de Balzac a la vez que se introduce en el naturalismo galo. A su regreso traduce del francés “Los papeles del club Pickwick” de Charles Dickens -otro de sus escritores más admirados- y se inicia como escritor con “La Fontana de Oro”.

Su continuo absentismo de las clases provoca que le expulsen de la Facultad de Derecho, pero a él poco le importan ya sus estudios. En 1870 se convierte en director del diario gubernamental “El Debate”. Tres años después, y tras el cierre del periódico, publica “Trafalgar” obra con la que se plantea empezar a contar la historia de España del siglo XIX de forma novelada.

Animado por el naturalismo francés, defendió un realismo español que se alejase por completo del romanticismo: lenguaje que excluyese la exageración, basado en la observación de las costumbres y los caracteres, con un propósito social, etc. Esta nueva forma de narrar es la que caracteriza, a partir de 1880, sus obras a las que autodenomina “Novelas españolas contemporáneas”. Publica “La Desheredada”, la historia de una muchacha internada en un manicomio que se cree descendiente de un aristócrata, “Tormento” obra en la que una joven es seducida por un sacerdote, “Miau” donde narra las vicisitudes de un cesante y critica la burocracia, “Fortunata y Jacinta”, “Tristana”, “Misericordia” y muchas otras con las que retrata su época.

Como hombre comprometido con su tiempo, Pérez Galdós fue diputado en las Cortes desde 1886 a 1890 por el partido de Sagasta aunque, más tarde, con el cambio de siglo, mostrase sus ideales republicanos.

En 1897 se produjo su ingreso en la Real Academia Española. Adaptó él mismo algunas de sus obras al teatro y cosechó grandes éxitos en este sentido. Finalmente, quedó ciego en 1912 hecho que le obligó a dictar las obras de sus últimos años. Murió el 4 de enero de 1920 en Madrid.



 Trafalgar”
Entre los soldados vi. algunos que sentían el malestar del mareo, y se agarraban a los obenques para no caer. Verdad es que había gente muy decidida, especialmente en la clase de voluntarios; pero por lo común todos eran de leva, obedecían las órdenes como de mala gana, y estoy seguro de que no tenían el más leve sentimiento de patriotismo. No les hizo dignos del combate más que el combate mismo, como advertí después. A pesar del distinto temple moral de aquellos hombres, creo que en los solemnes momentos que precedieron al primer cañonazo la idea de Dios estaba en todas las cabezas.
Por lo que a mí toca, en toda la vida ha experimentado mi alma sensaciones iguales a las de aquel momento. A pesar de mis pocos años, me hallaba en disposición de comprender la gravedad del suceso, y por primera vez, después que existía, altas concepciones, elevadas imágenes y generosos pensamientos ocuparon mi mente. La persuasión de la victoria estaba tan arraigada en mi ánimo, que me inspiraban cierta lástima los ingleses, y los admiraba al verlos buscar con tanto afán una muerte segura.
Por primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos, nuevos hasta aquel momento en mi alma. Hasta entonces la patria se me representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el rey y su célebre ministro, a quienes no consideraba con igual respeto. Como yo no sabía más historia que la que aprendía en la Caleta, para mí era de ley que debía uno entusiasmarse al oír que los españoles habían matado muchos moros primero, y gran pacotilla de ingleses y franceses después. Me representaba, pues, a mi país como muy valiente; pero el valor que yo concebía era tan parecido a la barbarie como un huevo a otro huevo. Con tales pensamientos, el patriotismo no era para mí más que el orgullo de pertenecer a aquella casta de matadores de moros.
 'Realismo'




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