PRINCIPALES AUTORES DEL REALISMO:
GABRIEL GARCIA MARQUEZ
Gabriel
García Márquez nació en Aracataca, Colombia, el 6 de marzo de 1927. Así
al menos lo afirma su hermano, Luís Enrique. Aunque ahí mismo comienza
el misterio que rodea a la figura de "Gabo", porque un certificado y
hasta él mismo apuntan su venida al mundo en 1928.
Pero
si puede haber discusión sobre su fecha de nacimiento, no la hay en
torno a su genio literario. García Márquez es reconocido como uno de los
grandes escritores del siglo XX. En 1982 recibió el Premio Nobel de
Literatura.
Entre sus obras más conocidas figuran Cien años de soledad, El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte anunciada, El general en su laberinto y El amor en los tiempos del cólera.
Creció
entre fantasmas en un mundo mágico de supersticiones en el que su
abuela hablaba con los muertos y una de sus tías cosía su mortaja.
"Yo
me acostumbré a vivir dentro de ese mundo y he seguido siempre viviendo
en el mismo. Yo soy sumamente supersticioso y hago interpretaciones de
mis propios sueños. Lo que pasa es que tengo mis propias supersticiones
no la superstición del número 13, o la de no pasar por debajo de la
escalera", comentó alguna vez García Márquez.
En
Aracataca, García Márquez tuvo su primer acercamiento con las letras
cuando encontró por accidente en el baúl de los abuelos un libro
descuadernado y viejo. Eran Las mil y una noches. Desde entonces comenzó su intensa relación con la literatura.
Estudió
derecho, aunque su reducto favorito eran los cafés. García Márquez no
terminó su carrera. Una serie de acontecimientos y la publicación de
algunos de sus cuentos en diarios colombianos, lo encaminaron por el
mundo del periodismo y la literatura.
En 1955 fue a Europa como corresponsal del diario El Espectador. Estuvo en Ginebra, París, Roma, Checoslovaquia, Polonia, Rusia, Ucrania. En ese tiempo alternaba su trabajo de corresponsal con la preparación de su legendario cuento largo, o novela corta, El coronel no tiene quien le escriba.
En 1955 fue a Europa como corresponsal del diario El Espectador. Estuvo en Ginebra, París, Roma, Checoslovaquia, Polonia, Rusia, Ucrania. En ese tiempo alternaba su trabajo de corresponsal con la preparación de su legendario cuento largo, o novela corta, El coronel no tiene quien le escriba.
Se
instaló en París y ahí tuvo que vivir de "milagros cotidianos". En la
ciudad luz recogió botellas, revistas y periódicos viejos para obtener a
cambio unos cuantos francos.
Luego
de su paso por Europa, García Márquez se radicó en Caracas, se casó con
"su novia de siempre" Mercedes Barcha. En Bogotá fundó la agencia
cubana de noticias Prensa Latina. Más tarde, se fue a vivir a Nueva York
y luego a México, país en el que concibió lo que muchos consideran su
obra maestra: Cien años de soledad.
Algunos
de sus amigos destacan que Gabo es vanidoso y que le gusta estar al
lado de los poderosos. Otros sostienen que, a pesar de la fama, este
"colombiano universal" sigue siendo el mismo caribeño supersticioso de
antaño que conserva el gusto por los vallenatos, el cine, la música
francesa y el buen vino.
“Cien Años de Soledad”
En prosa Ss. (XVII-XIX).
Benito Jerónimo Feijoo (1676-1764) |
Teatro crítico universal (1726 y 1740)
Cartas eruditas y curiosas (1742-1760)
|
Gustavo Adolfo Bécquer
(1836-1870)
|
Leyendas (1861 y 1863)
|
Benito Pérez Galdós (1843-1920)
|
Episodios nacionales (1873-1879 y 1898-1912)
Doña Perfecta (1876)
Gloria (1877)
La familia de León Roch (1878)
La desheredada (1881)
El amigo Manso (1883)
Tormento (1884)
Fortunata y Jacinta (1886-1887)
Miau (1888)
Torquemada en la hoguera (1889)
Tristana (1892)
Nazarín (1895)
Misericordia (1897)
|
Leopoldo Alas y Ureña (1852-1901)
|
La regenta (1884-1885)
Su único hijo (1890)
|
Emilia Pardo Bazán (1852-1921)
|
La tribuna (1883)
Los pazos de Ulloa (1886)
La madre naturaleza (1887)
Insolación (1899)
Morriña (1899)
La quimera (1905)
La sirena negra (1908)
|
En poesìa Ss. (XVII-XIX).
José Zorrilla (1817-1893)
|
Poesías (1837)
Cantos del trovador (1840-1841)
Recuerdos y fantasías (1844)
La azucena silvestre (1845)
El cantar del romero (1886)
|
Juan Meléndez Valdés (1754-1817)
|
Poesías (1808)
|
Gustavo Adolfo Bécquer
(1836-1870)
|
Rimas (1867)
|
Benito Pérez Galdós (1843-1920)
Benito Pérez Galdós nació en Las Palmas de Gran Canaria
el 10 de mayo de 1843. Hijo de militar, tras estudiar el bachillerato
se traslada a Madrid para cursar la carrera de Derecho. Sin embargo, una
vez en la capital entabla amistad con los círculos literarios y
progresistas del momento. El krausista Francisco Giner de los Ríos será
uno de sus mejores amigos.
Empieza a colaborar con el periódico “La Nación” y la “Revista del Movimiento Intelectual de Europa”. Un tiempo después, en 1867, viaja a París con motivo de la Exposición Universal y allí profundiza en la obra de Balzac a la vez que se introduce en el naturalismo galo. A su regreso traduce del francés “Los papeles del club Pickwick” de Charles Dickens -otro de sus escritores más admirados- y se inicia como escritor con “La Fontana de Oro”.
Su continuo absentismo de las clases provoca que le expulsen de la Facultad de Derecho, pero a él poco le importan ya sus estudios. En 1870 se convierte en director del diario gubernamental “El Debate”. Tres años después, y tras el cierre del periódico, publica “Trafalgar” obra con la que se plantea empezar a contar la historia de España del siglo XIX de forma novelada.
Animado por el naturalismo francés, defendió un realismo español que se alejase por completo del romanticismo: lenguaje que excluyese la exageración, basado en la observación de las costumbres y los caracteres, con un propósito social, etc. Esta nueva forma de narrar es la que caracteriza, a partir de 1880, sus obras a las que autodenomina “Novelas españolas contemporáneas”. Publica “La Desheredada”, la historia de una muchacha internada en un manicomio que se cree descendiente de un aristócrata, “Tormento” obra en la que una joven es seducida por un sacerdote, “Miau” donde narra las vicisitudes de un cesante y critica la burocracia, “Fortunata y Jacinta”, “Tristana”, “Misericordia” y muchas otras con las que retrata su época.
Como hombre comprometido con su tiempo, Pérez Galdós fue diputado en las Cortes desde 1886 a 1890 por el partido de Sagasta aunque, más tarde, con el cambio de siglo, mostrase sus ideales republicanos.
En 1897 se produjo su ingreso en la Real Academia Española. Adaptó él mismo algunas de sus obras al teatro y cosechó grandes éxitos en este sentido. Finalmente, quedó ciego en 1912 hecho que le obligó a dictar las obras de sus últimos años. Murió el 4 de enero de 1920 en Madrid.
Empieza a colaborar con el periódico “La Nación” y la “Revista del Movimiento Intelectual de Europa”. Un tiempo después, en 1867, viaja a París con motivo de la Exposición Universal y allí profundiza en la obra de Balzac a la vez que se introduce en el naturalismo galo. A su regreso traduce del francés “Los papeles del club Pickwick” de Charles Dickens -otro de sus escritores más admirados- y se inicia como escritor con “La Fontana de Oro”.
Su continuo absentismo de las clases provoca que le expulsen de la Facultad de Derecho, pero a él poco le importan ya sus estudios. En 1870 se convierte en director del diario gubernamental “El Debate”. Tres años después, y tras el cierre del periódico, publica “Trafalgar” obra con la que se plantea empezar a contar la historia de España del siglo XIX de forma novelada.
Animado por el naturalismo francés, defendió un realismo español que se alejase por completo del romanticismo: lenguaje que excluyese la exageración, basado en la observación de las costumbres y los caracteres, con un propósito social, etc. Esta nueva forma de narrar es la que caracteriza, a partir de 1880, sus obras a las que autodenomina “Novelas españolas contemporáneas”. Publica “La Desheredada”, la historia de una muchacha internada en un manicomio que se cree descendiente de un aristócrata, “Tormento” obra en la que una joven es seducida por un sacerdote, “Miau” donde narra las vicisitudes de un cesante y critica la burocracia, “Fortunata y Jacinta”, “Tristana”, “Misericordia” y muchas otras con las que retrata su época.
Como hombre comprometido con su tiempo, Pérez Galdós fue diputado en las Cortes desde 1886 a 1890 por el partido de Sagasta aunque, más tarde, con el cambio de siglo, mostrase sus ideales republicanos.
En 1897 se produjo su ingreso en la Real Academia Española. Adaptó él mismo algunas de sus obras al teatro y cosechó grandes éxitos en este sentido. Finalmente, quedó ciego en 1912 hecho que le obligó a dictar las obras de sus últimos años. Murió el 4 de enero de 1920 en Madrid.
Trafalgar”
Entre
los soldados vi. algunos que sentían el malestar del mareo, y se
agarraban a los obenques para no caer. Verdad es que había gente muy
decidida, especialmente en la clase de voluntarios; pero por lo común
todos eran de leva, obedecían las órdenes como de mala gana, y estoy
seguro de que no tenían el más leve sentimiento de patriotismo. No les
hizo dignos del combate más que el combate mismo, como advertí después. A
pesar del distinto temple moral de aquellos hombres, creo que en los
solemnes momentos que precedieron al primer cañonazo la idea de Dios
estaba en todas las cabezas.
Por
lo que a mí toca, en toda la vida ha experimentado mi alma sensaciones
iguales a las de aquel momento. A pesar de mis pocos años, me hallaba en
disposición de comprender la gravedad del suceso, y por primera vez,
después que existía, altas concepciones, elevadas imágenes y generosos
pensamientos ocuparon mi mente. La persuasión de la victoria estaba tan
arraigada en mi ánimo, que me inspiraban cierta lástima los ingleses, y
los admiraba al verlos buscar con tanto afán una muerte segura.
Por
primera vez entonces percibí con completa claridad la idea de la
patria, y mi corazón respondió a ella con espontáneos sentimientos,
nuevos hasta aquel momento en mi alma. Hasta entonces la patria se me
representaba en las personas que gobernaban la nación, tales como el rey
y su célebre ministro, a quienes no consideraba con igual respeto. Como
yo no sabía más historia que la que aprendía en la Caleta, para mí era
de ley que debía uno entusiasmarse al oír que los españoles habían
matado muchos moros primero, y gran pacotilla de ingleses y franceses
después. Me representaba, pues, a mi país como muy valiente; pero el
valor que yo concebía era tan parecido a la barbarie como un huevo a
otro huevo. Con tales pensamientos, el patriotismo no era para mí más
que el orgullo de pertenecer a aquella casta de matadores de moros.